Foto por Cristina Bernhardsen
Ya
estoy en mi casa, de vuelta de la locura que ha supuesto este último fin de
semana. Empezó todo el viernes por la mañana en el aeropuerto de Los Rodeos.
Bueno, no para todos, porque por problemas logísticos Bety y David habían tenido
que salir a las ocho en barco, cargando con la mayoría de los instrumentos...
He
de confesar que nunca me he sentido demasiado seguro dentro de un avión, y el hecho de que este se llamara Pejeverde
empeoraba un poquito las cosas. Para
aquellos que no lo sepan, un pejeverde es un pez bastante pequeño entre cuyas
cualidades no está el volar, sino tener rayas verdes y sumergirse. Mala
analogía para un avión con rayas verdes que vuela entre islas. Pero bueno, una vez pasado el despegue y
viendo que no nos habíamos convertido en pescadito frito, pude relajarme y
empezar a disfrutar de lo que nos venía. Veníamos en el avión bromeando, y
leyendo lo que la prensa había publicado sobre el concierto. Con tiempo de
sobra para leer y releer todo a fondo, ya que unas prácticas del ejército
habían retrasado nuestro aterrizaje. Así que allí estábamos, dando vueltas en
el aire como si buscáramos aparcamiento con google maps, comiendo las ya
famosas ambrosías binter y preguntándonos por qué todos los periódicos negaban
la existencia de Tere al hablar de nosotros. Llegamos al aeropuerto de Gran Canaria, y allí
nos esperaban para llevarnos al hotel. Teníamos unas perspectivas bastante bajas
de lo que nos íbamos a encontrar allí, porque los comentarios que había leído en
internet incluían las frases clave “cogí chinches”, “manchas de fluidos
corporales en las sábanas” o el más directo y sencillo “huele mal”. Pero la verdad es que el lugar estaba bastante bien.
Allí ya
nos estaban esperando Bety y Dave. Tan sólo faltaba Laura, que venía en el
siguiente avión, y Manolín (nuestro técnico de sonido) que llegaría más tarde.
Así que una vez llegó Laura fuimos a comer algo y acabamos en un japonés. Era
la primera vez que probaba el sushi, así que estaba algo reticente (creo que no
era el único) Sin embargo, disfruté de la comida. Eso sí, jamás entenderé por
qué esperamos una hora si el pescado estaba crudo. ¿Qué le hacían durante ese tiempo?
Al
terminar de comer, tuvimos que ir casi directos a la prueba de sonido. Allí
estaban Vetusta Morla probando y sonaba muy bien la cosa. Estuvimos un buen
rato en el camerino, así que aprovechamos para relajarnos un poco y divertirnos.
Nos alegramos de ver a Diego, al que habíamos conocido en el Capital Sonora y
estuvimos hablando un rato con él. Picoteamos algo del caterin, practicamos, Mónica
incluso tocó el violín para una pareja de enamorados que estaba en la playa por
fuera del recinto.
Por fin
la prueba de sonido. La verdad es que estar a la orilla del mar contemplando un
atardecer hace mucho más agradables estas cosas. Como tocábamos los primeros, una vez
terminamos tuvimos que quedarnos allí y prepararnos para el concierto, ya que
no daba tiempo de volver al hotel. Pululábamos todos por el backstage sin saber
muy bien qué hacer, con los primeros nervios del concierto hasta que por fin
llegó la hora. Se escuchaba a lo lejos el murmullo de la multitud. Nos llamaron
al escenario y salimos para encontrarnos con unas 2000 personas. Los primeros
segundos fueron de pánico al ver que no había silla en mi lugar, ya que
empezaba con la sierra. Estábamos allí delante de tanta gente y yo buscando una
silla. Por suerte (gracias a David) se solucionó bastante rápido. Empezamos con
Masquerade ball y entramos en calor. La gente nos recibió bastante bien,
teniendo en cuenta que habían venido a ver a Vetusta Morla. Tocamos algo más de
tres cuartos de hora y repasamos gran parte de nuestro repertorio. Eso sí, para
no romper nuestra tradición, alguna cosa nos pasó. Esta vez fue mi guitarra que
decidió sonar mal la mitad del concierto
por un problema con el preamplificador. Así que a ratos me parecía
cantar a cappella. Terminamos y
recogimos a toda prisa nuestras cosas para dejarlas en el hotel y llegar a
tiempo a la actuación de Vetusta Morla. Pudimos disfrutarla desde muy cerca, en
el foso de los fotógrafos. La gente estaba completamente entregada y se les
veía disfrutar muchísimo. El sonido era impecable (al menos desde nuestra
posición) y la banda sonaba compacta y potente, los juegos de luces eran
impresionantes y había una gran energía entre el escenario y el público.
Al terminar,
nos dirigimos al Mojo club, donde pinchaba David. Allí nos alegró ver muchas
caras conocidas, y pese al cansancio nos lo pasamos muy bien. El resto del
grupo más que yo, ya que un dolor de garganta creciente me tenía cada vez más preocupado.
Regresamos al hotel bastante tarde, lo que no hizo nada fácil el madrugón del día siguiente. Por la mañana,
éramos todo ojeras y voces roncas desayunando todo lo rápido que podíamos para
salir hacia el aeropuerto. ¡Algunos incluso acababan de llegar! Volvimos en
otro avión, esta vez no era el pejeverde. Del aeropuerto, ya en Tenerife,
fuimos corriendo a la prueba de sonido en Santa Cruz. Esta vez fue todo mucho
más fácil, y fuimos bastante rápido, pero el viento y algo de lluvia
amenazaban. De hecho, mi garganta se resintió bastante. Estábamos muy cansados
así que aprovechamos las horas que nos quedaban para ir a casa a comer algo y
descansar. No mucho porque a las cinco y media teníamos que estar de nuevo
abajo. Además, por cambios de última hora teníamos que montar otra batería y
probarla. Así que volvimos y tras un rato en los camerinos del auditorio (probablemente
los más grandes que he visto nunca) nos avisaron para salir al escenario. La
verdad es que el panorama no era muy alentador. Yo cada vez me encontraba peor,
la garganta me ardía, tocábamos a la
misma hora que un Madrid-Barça, aún era
de día y hacía un viento considerable. Subimos al escenario bastante
desanimados, aunque se nos fue quitando poco a poco. La pobre Laura tuvo que
luchar todo el rato con el viento que se llevaba sus partituras, pero al final
salió todo bastante bien. Una pena que hubiera tan poca gente. Terminamos y
fuimos a comer algo con amigos que habían venido a vernos. Ya más relajados,
nos quedamos a disfrutar del resto del festival. Nos fuimos marchando a
cuentagotas, demasiado cansados para seguir con la fiesta. Al día siguiente, me
desperté contento de haber descansado por fin, pero con el mono de volver al
escenario. También con la sensación agridulce de haber vivido otro gran
recuerdo, pero empañado por algunos contratiempos de los que he preferido no
hablar. ¡Prefiero quedarme con todo lo bueno y esperar impaciente a la próxima!
En los siguientes enlaces pueden ver las fotos de Cristina Bernhardsen y AlejandroJuan-Roca Feijoo
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